Estoy convencida de que detrás de todo lo que nos sucede a diario, se encuentra una razón poderosa para que tal hecho se consume.
. . .
Me encuentro a 22 días de haber dado a luz a mi
Dharma.
Reconozco que cuando supe que dentro de mí se estaba
gestando un nuevo ser, sentí miedo, después de eso experimenté un torbellino
arrollador de emociones que me acompañó durante los primeros meses; día y noche
pensaba en esa personita, tan pura y tan limpia, tan mía y se me llenaban los
ojos de lágrimas, y el corazón danzaba como un loco dentro de su jaula de
huesos.
Las cosas no pintaban bien en ninguno de los escenarios
posibles que creé en mi cabeza, lo cual volvía a rellenar el hueco destinado
para el temor y su inseparable: la incertidumbre.
A decir verdad, nunca imaginé que el Universo me fuese a
otorgar la dicha de verme embarazada, y menos aún, tan súbitamente. Por lo que,
al llevar ya varios días de retraso, un día al volver del trabajo decidí pasar
a la farmacia a adquirir la tan famosa y temida prueba de embarazo. Llegué a
casa y abrí la cajita, leí el instructivo ansiosamente y por un momento imploré
que, cuando la realizara, sólo se pintara una rayita. Uno... dos... tres...
abrí los ojos: DOS LÍNEAS rosas me indicaban que mis presentimientos habían
sido reales y que esa sensación extraña en el estómago desde hacía varios días,
no eran señal de otra cosa más que del estado en que me encontraba: estaba
embarazada.
Recuerdo la primera cita con el ginecólogo, fue una visita a
espaldas de mi pareja y una amiga me llevó con el doctor que ella me recomendó;
cuando entramos a aquel lugar mi corazón y mi estómago dieron un vuelco, aún
tenía esperanza, las pruebas caseras pueden fallar.
No diré más. Desde luego conocen la continuación y el
desenlace. El desenlace más hermoso que haya podido tener cualquier historia:
Dharma.
Ella llegó cuando hacía falta una luz en el túnel
ennegrecido de mis días, llegó para darle sentido a todo lo que hacía, vino a
decirme que no me había equivocado en cualquier cosa que haya hecho antes y que
los milagros sí existen. Ella llegó para hacerme la mujer más feliz y dichosa,
y sin dudar, diría que a pesar de todas las cosas desagradables que pasé, haber
estado embarazada y ahora tenerla entre mis brazos, verla crecer, sonreír y
mirarme, descubrir en ella todos los días algo distinto… todo eso ha sido la
experiencia más maravillosa de mi vida y no la cambiaría por ninguno de los
tesoros del mundo.
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