7.10.14

Recuerdos

Todas las noches,
cuando la monotonía se pone su disfraz de grillo y dedica una sinfonía solitaria a los que sufren de insomnio, yo abro los ojos y juego con tu recuerdo.
Juego a imaginar que estás aquí y de puntillas y en silencio bailamos la melodía que bailan los enamorados.
Si pudiera decirte que pienso en ti todas las noches,
estoy segura de que no estaría aquí tan solitaria, ni tú allá con los brazos vacíos,
ni seríamos dos entes dispares y distintos,
seríamos uno, sin dejar de ser dos.
Si pudiera decírtelo,
si pudiera controlar el sudor de mis manos, el temblor de mi voz, y en lugar de solo mirarte en silencio desde mi rincón, te describiera esto que me punza en el pecho y pide a gritos escapar,
estoy segura de que reinventaríamos el fuego,
haríamos lo indecible en las nubes,
me bañaría en tu ombligo,
y escalaría tus besos mientras duermes.
Si pudiera decírtelo, si no fuera tan torpe y lograra erradicar el color rojo pena de mi rostro, te vería sonreír y se encenderían luces color violeta y la brisa matinal tendría sabor a chocochips.
Pero...
Pero no puedo. Quizás no debo.
Temo equivocarme, temo perder ese aroma tuyo
que guardo en el rincón violeta de los recuerdos,
ese beso tan ligero que apenas puedo recordar.
Temo perder lo que no tengo, ironía o pendejada la mía,
pero eso me impide decir lo que siento,
aunque por las noches me sofoque,
aunque por las mañanas me atormente.
Me conformaré con saberlo yo
y con saborearte a la distancia,
con los ojos,

con la mente.

29.9.14


Sin querer

Anoche te soñé.
Estábamos sentados en el lugar donde nos dijimos adiós aquel lluvioso y frío noviembre.
Tu piel era tan blanca y tersa, y tus ojos cantaban para mí esa melodía que tanto me gustaba.
La fina llovizna caía sobre nosotros, empapando ese último beso.
La luna, vaticinando el fatal momento, permanecía escondida tras unas delgadas nubes sin atreverse a dar la cara.
Mis lágrimas, cansadas de aferrarse al párpado inferior, se dejaron llevar.
Tú no lo viste, pero corrían en ríos verticales, formando surcos en mis entristecidas mejillas, creíste que era la lluvia.
Te abracé, sabiendo que sería la última vez que sentiría tu tibio cuerpo pegado al mío.
Repasé con la yema de mis dedos tu áspera barba, en la que me gustaba formar remolinos imaginarios después de hacer el amor.
Aspiré el delicado perfume que despedía tu cuello.
No quería irme. No quería decirte adiós. Ahora ya era inevitable, impostergable.

Un relámpago cruzó el cielo.

Te volví a abrazar, quería que tu piel grabara en mí esos momentos en que eras mío y yo era de ti, esos instantes en que no había nada más importante que dormir con tus brazos rodeando mi cintura, cuando podía pasar horas mirándote mientras dormías, tan vulnerable, tan mío y a la vez tan ajeno.

Mi corazón, sin saber qué aconsejarme, también se puso a llorar.


Desde aquella noche tengo que conformarme con soñarte, tal vez tenías razón, tal vez es mejor así.

Sueños aparte

Cuando te vi abrazándolas a ellas sentí una punzada en el pecho.
Ciertamente no fueron celos, porque a estas alturas ya no sé ni lo que son, sentí envidia.
Me acordé, inevitablemente, de aquellos largos abrazos que me regalabas cuando tu plan era conquistarme, cuando te volviste amigo del florista para regalarme ramos de alegres girasoles amarillos, cuando todavía sonreías al estar a mi lado y te desvelabas mientras componías sonetos y canciones para mí.
No sé por qué –siempre me pasa-, todas las veces que me pongo triste termino recordando esa vez en que no reímos como niños por alguna tarugada y, agotados, caímos dormidos.
Te digo que sentí envidia, envidia de que otras sientan tus abrazos, envidia de que otras vea tu sonrisa, envidia de que otras lean tus palabras, envidia de que otras sean dueñas de tus pensamientos.
Ayer, mientras pensaba en esto, me sentí tan sola que me puse a llorar.
Lloré tan bajito que ni siquiera te diste cuenta, me acerqué a ti solo para comprobar
que tu almohada estaba llena de sueños aparte,

sueños sin mí.

21.9.14

Y la lluvia se fue

A veces uno sólo quiere decir
-en lugar de ese infeliz ‘Hola’-:
“Hola, ¿sabes? Me gustas mucho y
quisiera invitarte a tomar un café,
charlar un poco… y después Dios dirá”,
y recibir algo así como respuesta
-en lugar de ese infeliz ‘Hola’-:
“¡Hola! Qué coincidencia,
estaba pensando en ti,
¿cuándo vamos?”,
enviar un WhatsApp y recibir
una respuesta contenta.

Pero a veces uno quiere demasiado,
quiere demasiado, pide –quizá- demasiado.

A veces uno sólo quiere decir,
ebrio de locura y con los nervios anudados:
“Hola, ¿cómo estás? ¿Qué haces los domingos?
¿Te gustaría salir conmigo y enamorarnos bajo la lluvia?”,
pero borras la mitad y vuelves a empezar:
“Hola, ¿cómo estás? ¿Los domingos trabajas?”
No, no.
“Hola, ¿cómo estás? ¿Qué haces en tus ratos libres?”
Tampoco.
“Hola, ¿cómo estás?”.
Enviado.
Espera infinita.

[Insatisfacción.
Cobardía.
Nervios.
Arrepentimiento.
Invocación a las fuerzas supremas para que te trague la tierra.
Segundos.
Minutos.
Horas.
Al fin: “Hola”…
Nueva invocación a las fuerzas supremas.]

A veces uno sólo quiere decir
lo que no se atreve, y,
finalmente, no se atrevió.

A veces uno sólo quiere decir
“¡Me gustas, carajo! No entiendo
por qué, ni cómo pasó, pero me gustas,
y me caigo mal por eso, pero es así,
y tampoco sé cómo decírtelo,
por eso te escribí ‘Hola, ¿cómo estás?’,
sin saber qué más decir,
sin encontrar las palabras precisas,
pero ahora que ya lo sabes,
podrías darme un beso
o podríamos abrazarnos,
o podríamos solo charlar, no sé,
pero yo sólo quería hacerte saber
lo mucho que me gustas”.

A veces uno quiere decir eso,
pero las palabras se atoran
y termina diciendo nada,
y la lluvia se va,

riendo a carcajadas.

20.8.14

Hay polvo en la ventana


Abuelita, aquí todo sigue igual, las calles llenas de autos, las personas matándose unos a otros, el calor, la lluvia y el olor a tierra mojada, todo sigue igual.
Sólo ha cambiado tu casa, ahora ya no está limpia y resplandeciente, la maleza se ha apoderado del jardín trasero y los pájaros ya no cantan en el árbol de lima que hay en la entrada.
Las escaleras, opacas, extrañan tus pasos.
Las paredes, ennegrecidas, extrañan oír tu voz.
Las baldosas, mugrosas, extrañan el olor a pino cuando trapeabas.
Hay polvo en la ventana.

Lamento no haber estado a tu lado en tus últimos momentos. Aunque debido a tu enfermedad, probablemente ni te hayas acordado de mí. Yo, desde lejos, estaba pendiente de ti, diario pensaba en ti y en esa última vez que nos vimos, ¿te acuerdas? Conociste a mi hija y también a su papá, hasta hay una fotografía que tomé ese día. Te llevamos fruta y comida, y esa vez sólo querías comer papaya. Platicamos y nos reímos.
Recuerdo, con tristeza, cómo te tenían desatendida, apenas comías y en tu rostro se veía el pesar.
Tu habitación olía mal, igual que tu ropa, y tu casa estaba empezando a entristecer sin tus cuidados.
Ya no había rastro de tus flores, esas que tanto te gustaba cuidar y que eran de todos los colores, aromas y tipos, ¿te acuerdas?
Abajo, la cochera estaba atiborrada de cacharros y el polvo danzaba por todas partes.
Los cuadros que habías colgado en las paredes, lucían tristes y amarillentos, huella inevitable del tiempo y el descuido.

Lástima, abuelita, que ya no estés aquí, riendo, platicando e iluminando la casa, esa que ahora está apesadumbrada porque siente el vacío que dejó tu partida.
Hubiéramos podido vernos y platicar, comer juntos ahí en tu casa y luego, al anochecer, despedirnos con la promesa de volver a vernos.
Pero decidiste irte antes, partir cuando todavía hacías falta en este mundo.
Decidiste dejar de sufrir y dejarnos con los ojos llorosos.

Todos tus hijos llevan por rostro una ligera capa de desconsuelo, que se ha ido desvaneciendo con el pasar del tiempo, pues han tenido que aprender (a regañadientes) el arte de dejar de sentir dolor.

Te extraña tu gente.
Te extraña tu casa.
Hay polvo en la ventana.

19.8.14

El vengador

¿Cuándo te convertiste en juez y verdugo?

Afuera todavía cantan los pajarillos que tarareaban delicadas notas,
mientras nos dábamos aquel primer y fogoso beso.
Bajo mi colchón todavía vive el pequeño dragón,
que resguardaba nuestros estallidos como un sabueso.

Sobre mi piel todavía caminan las arañas,
negras, rojas, cafés, que vivían en nuestros brazos.
Entre mis piernas aún navegan las quimeras,
que perdían la cabeza y nos coloreaban el amor.

¿Cuándo te convertiste en el vengador?

En mis oídos todavía resuenan tus poemas,
esas letras que solían llenar de flirteos mis ojos.
Dentro de mi pecho todavía vive este corazón,
dispuesto a amar al más valiente caballero.

¿Cuando te volviste aquél cabrón, burlón y vengador?
¿Quién te crees para usar así mi corazón,
que en tus brazos se graduó en las artes del amor?

Por mis venas todavía corre roja sangre,
que da vida a este cuerpo que arde,
se incendia en las brasas de lo que fuimos,
de lo que somos y ya no somos,
de lo que fuimos y no seremos,
de lo que somos, a pesar de todo.