I
Era un día soleado. Göbblin se dirigía a la convivencia con los otros elfos, en el centro del Bosque Azul. Debían hablar sobre la nueva organización y deberes de cada uno, ya que sentían que habían perdido un poco de vista las principales metas.
Hacía una semana que se había metido en su escondite y no se había reunido con nadie. A pesar de ser el más amable y divertido del grupo, esta vez se sentía sin ganas de charlar con nadie, pero tenía que asistir a la reunión. Tres días antes uno de sus amigos tocó a la puerta, pero él no abrió. Se asomó por una rendija y comprobó que se trataba de Midhir. No se sentía de humor para abrir y guardó silencio, esperando hasta que se hubiese marchado. Pasado un rato Midhir se había ido, dejándole bajo la puerta la misiva que invitaba a la reunión.
Los demás compañeros se preocuparon por la actitud de Göblin, ya que era el más inquieto, el que levantaba los ánimos del que se sintiera triste o preocupado y era el que siempre organizaba los convites y bailes que duraban hasta que la luna se erguía orgullosa en el firmamento. Nadie entendía nada, pero optaron por dejarlo en soledad y esperar pacientemente a que decidiera salir.
Eso ocurrió el día de la reunión. Göblin, aun un poco desanimado, caminaba arrastrando levemente los pies, pateando las piedrecillas del camino. El sonido que hacían las hojas rojizas y secas al ser pisadas por sus zapatitos, le devolvió de a poco los ánimos. Cuando llegó al claro del bosque donde debían congregarse, el entusiasmo ya rebosaba su ser.
Pensó que realmente no tenía motivos para sentirse triste y sonrió. Fue una sonrisa tan brillante y grandiosa, que iluminó los árboles, las ardillas salieron de su escondrijo y las aves entonaron una delicada melodía.
El bosque también sonrió.
II
Ese día había amanecido frío. Göblin y sus amigos, con las naricillas encendidas, corrían tras las pocas mariposas que se habían atrevido a sacudir sus alas a pesar del frío.
Un poco más tarde, menudos copos de nieve caían en el bosque, ocultando lentamente la hierba que cubría como fina alfombra el paisaje.
Los elfos del bosque coloreaban el entorno con sus risas y sus cantos, con sus jugueteos y carrerillas.
Los más pequeños retozaban alegremente en el pastizal, con las flores que se erguían, osadas, entre los enormes árboles. Los más grandes canturreaban y saltaban, mientras invitaban a los animalillos a jugar. Gustaban de echar carreras cuesta abajo y, al llegar a la meta, abrazarse todos juntos, mientras tomados de las manos, corrían de regreso.
III
Acababa de amanecer, los primeros rayos del sol intentaban abrirse paso entre la nieve y algunas aves, pensando que hacía mejor tiempo, salieron a sacudir sus alas.
Merlín se encontraba de camino al Bosque Azul y envió a una paloma a anunciar su llegada. Ésta, dócil, aceptó y se enfiló hacia allá. Aun faltaban varias horas de camino, pero Merlín deseaba que todos estuvieran enterados y lo recibieran con un brebaje caliente.
Göblin hacía figuras con la nieve, cuando vio acercarse el ave de Merlín. Recibió su mensaje y la encomienda de enterar a los demás elfos de la llegada del Maestro. Por medio de un grupo de ardillas, los reunió en un instante y les comunicó la noticia. Unos propusieron armar un festín e invitar a los duendes, gnomos y hadas que vivían en los márgenes del Bosque Azul y el Bosque Hechizado. Otros, sugirieron que el recibimiento fuera más moderado, pero después lo pensaron mejor y se unieron a la primera propuesta.
De inmediato pusieron manos a la obra, organizaron grupos para hacer la comida, preparar las mesas, colocar los manteles y las sillas, preparar las pócimas que bailarían en el estómago con el banquete y afinaban las voces para conformar el coro que alegraría la celebración.
IV
Estaba todo dispuesto para el recibimiento y una luz brillante en el horizonte anunció el arribo de Merlín. Los animales del bosque, desde los más diminutos hasta los más grandes, formaron una caravana a los costados del mago.
Cuando por fin llegó, en la cabecera que da al poniente estaba colocado un sillón mullido y que previamente habían calentado los elfos, exclusivamente para servir de asiento al gran mago.
La mesa era kilométrica, o al menos así lo parecía, pues medía más de 50 metros y la comilona era monumental y suculenta.
V
A las cinco de la tarde, la comida había terminado, mas no el bailoteo de los cientos de criaturas que habían acudido al festín.
Göblin había visto hacía ya un rato, una pequeña pero brillante luz que provenía de detrás de una loma mediana. No le hizo caso y al poco rato la volvió a ver. Era de color violeta y parecía que iba dirigida específicamente a él. Titilaba.
Siguieron bailando y el coro de vocecillas amenizaba el bosque entero, sacudiendo hasta a la más leve hormiga, sacando de su agujero a las termitas, grillos, arañas y gusanos, para convivir armoniosamente con los demás animales.
El sol se ocultaba ya detrás de las colinas y gradualmente el silencio se fue apoderando del ambiente. El frío volvió y todos ayudaron a guardar las cosas que habían usado.
Göblin seguía viendo aquella luz. Parecía la llama de una vela. Le picaba la curiosidad y se dijo que si a la media noche no había desaparecido, acudiría a ver de qué se trataba. Tal vez no era más que una fogata fuera de la casa de un duende, o hada, o gnomo.
Merlín dormiría esa noche en casa de Edneud, quien había preparado un dormitorio tibio y cómodo para el mago.
° ° °
No podía dormir. Tanto ajetreo lo había dejado cansado, pero bastante espabilado.
Asomó la nariz por la ventana y aspiró el aroma de la noche estrellada, que olía a frescura y sosiego. Unos grillos cantaban su dulce "cri-cri" bajo unas hojas.
A lo lejos, volvió a ver la luz que le guiñaba el ojo.
Se quitó las cobijas de encima, se calzó sus zapatitos rojos y salió. La noche era más fresca de lo que parecía a través de la ventana. Volvió a casa y se puso encima un abrigo café claro, un gorro, unas manoplas y una bufanda. La nieve no había cesado de caer y la niebla se hacía presente. A pesar de eso, la lucecilla se apreciaba con claridad.
Se internó en el bosque. En algunos parajes perdía de vista el destello, pero más adelante lo volvía a ver. Había caminado mucho y tenía sueño y fatiga.
De pronto, la luz se apagó. Detuvo su andar y esperó.
Pasaron 10 minutos y la luz no se veía por ningún lado. "Es una broma", pensó. "Seguro que alguien lo ha hecho a propósito y al verme caminar hasta aquí, la ha apagado, gastándome una broma pesada".
Estaba a punto de dar marcha atrás, cuando la luna apareció entre la espesa niebla, iluminando el camino que tenía delante. Le mostró cómo el camino se partía en dos, el sendero de la izquierda era liso, amplio y despejado, el opuesto era más tenebroso, las ramas de los árboles se habían entrelazado tétricamente y estaban puntiagudas, dejando en penumbras el camino.
Göblin era de espíritu aventurero, por lo que se dispuso a tomar el sendero escabroso.
Una vez dentro quiso volver, pero no encontró la salida. Caminó, supuestamente por donde había venido, pero solamente veía más y más ramas secas.
En un momento lo pensó mejor y se sobrepuso, se incorporó y caminó hacia adelante. No veía nada, pero a tientas lograba avanzar, esperaba que más adelante el camino se pusiera mejor y lograra llegar hasta donde estaba la lucecilla que lo había hecho salir de la cama.
El cansancio lo hizo flaquear y cayó al suelo. Unos bichos que habían sido aplastados por él, trataron de salir de su prisión y le hicieron cosquillas. Göblin se puso a reír, ¡las cosquillas le provocaban mucha risa!
Como niño después de jugar durante horas, se quedó dormido.
Una mano fuerte lo despertó. La mano pertenecía a un ser peludo y baboso, que había clavado sus enormes ojos rojos en él y lo lastimaba con sus garras. La criatura rió y mostró sus dientes puntiagudos y amarillos, dejando escapar un aliento nauseabundo que secó unas pocas ramas verdes que quedaban en el camino.
No era lo usual en él, pero se arrepintió de haber tomado este sendero. No debió haberlo hecho, pero las acciones ya no se pueden deshacer...
El espantoso ser lo miró despectivamente y lo dejó caer al suelo, alejándose con rapidez.
Göblin buscó el camino de regreso y enseguida se dio cuenta que el puente que habían formado las ramas y que antes le había parecido tenebroso, no era tal, ¡ya no estaba!
Se encontraba en su cama.
Se sobresaltó y levantó las sábanas. Vio que sus zapatos estaban llenos de barro y tenía puesta toda la ropa que recordaba.
Lanzó un alarido.
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