14.8.14

Sangre tinta

I

Günther y Gretchen llevaban 10 meses saliendo y todo iba viento en popa.
A Günther, ella le pareció encantadora desde aquella vez que se encontraron en el pasillo de la Universidad y enrojeció al verlo. Sus mejillas sonrosadas le parecieron cautivadoras y pensó que estaría bien invitarla a tomar un café al Krampus Crêpes Atelier, que quedaba cerca de la casa de ella.
A Gretchen, por su parte, le había parecido demasiado seductora esa sonrisa de dientes perfectos y la personalidad desenfadada que le confería el ser el mejor del equipo de natación.
Ella nunca pensó que Cop, como sus amigos lo llamaban, se fijaría en ella, menos por el hecho de que ella no era nada popular. Siempre pensó que terminaría con alguien tan poco agraciado como Tony, el típico muchacho blancuzco, con las partes visibles de su cuerpo atiborradas de acné y los grandes anteojos de culo de botella. Pero vivía secretamente enamorada de Günther. Era de ascendencia alemana, como ella, y era guapo, extrovertido y de sonrisa franca, cosa que a ella le gustaba, lo único que la deprimía un poco era que demasiadas chicas (más guapas que ella) se derretían por él y se colgaban de su brazo apenas lo veían en alguno de los pasillos.

Una tarde, al salir de su clase de Ciencias, Gretchen se dirigía a toda prisa hacia el coche de su padre, que la ya esperaba afuera para ir a visitar a la abuela, quien estaba internada en el hospital. A causa de la prisa, no se fijó que un casillero estaba abierto y chocó contra la puerta, cayendo, sin querer, a los pies de Günther. Enrojeció profusamente, lo supo por el calor que subió a su rostro y el bochorno general que sintió. Afortunadamente sólo dos chicos presenciaron la escena. El chico de sus sueños la ayudó a ponerse en pie y le sonrió, ella quiso devolverle la sonrisa pero se acobardó, soltó un leve “gracias” y se echó a correr.

A pesar de que lo seguía una multitud de chicas guapas, él pensaba que la belleza no lo era todo, formaba parte de un conjunto de cualidades, pero no era lo primordial. Por ese motivo no había salido con nadie, aunque algunas de ellas se le insinuaron más abiertamente, sobre todo las que estaban en el equipo femenil de natación, pues con ellas tenía más contacto. Una vez salió con Beatriu al cine, pero le pareció de lo más hueca e infantil y le dijo que serían solo amigos. Ella se enfadó tanto, que le dejaba mensajes amenazadores en el parabrisas de su auto, hasta que él se decidió encararla y el asunto paró ahí.
A partir de aquel incidente con Gretchen, no dejaba de pensar en ella. Recordaba su cara inocente de mejillas encendidas y sonreía. Sopesó la posibilidad de invitarla a tomar un café, comer una crepa, tal vez luego irían al cine, y después, Dios diría.


II

Era viernes al mediodía y las clases habían concluido. Günther buscó a Gretchen por los pasillos y no la vio. Acudió a la cafetería del campus y tampoco. Pensó que estaría en la biblioteca, sí, ella parecía ser estudiosa y ese era el lugar en el que, estaba casi seguro, la encontraría, pero tampoco estaba. Se desanimó un poco pues ya había imaginado que esa tarde la pasarían juntos, mas se reprendió por no haberle hecho saber sus intenciones unos días antes.
De pronto, la vio, salía de la sala de profesores con rostro apesadumbrado. Quiso ir a su encuentro pero esperó hasta que ella notara su presencia. Levantó el rostro y en sus ojos se notaba que había llorado, pero a pesar de eso, sonrió. A decir verdad, su corazón latió aceleradamente y por un momento olvidó lo que la acongojaba. Cop le devolvió la sonrisa y la saludó.
Se detuvieron un instante al lado del aula de Química y él decidió invitarla esa tarde. Ella quiso decir que no, pero no estaba como para rechazar las invitaciones de su amor platónico, así que aceptó.

Estuvieron juntos gran parte de la tarde, charlaron de sus intereses personales y profesionales, así como en el ámbito amoroso. Ella descubrió que no era como los demás chicos populares, quienes por su fama salían con cuanta chica se les pusiera enfrente, sin tomar en serio a ninguna. Sólo había tenido dos romances serios, y uno de ellos había sido en Alemania, antes de mudarse a Barcelona, tres años atrás.
Él descubrió que, tal como imaginaba, ella era muy dedicada a los estudios, quería ser médico anestesiólogo, como su padre, y solo había salido en una ocasión con un chico, que un día la dejó plantada y nunca más volvió a saber de él.
Después de la charla, acompañada de un humeante café, probaron la crepa que les recomendó el camarero.
Salieron de ahí y fueron al cine, vieron el estreno más sonado de la semana, comieron palomitas y, al final, él le regaló un clavel.

Al siguiente viernes, nuevamente saldrían juntos, pero esta vez a cenar y a bailar.
Con el corazón saliendo de su pecho, se puso lo más guapa que pudo y lo esperó impaciente en la antesala, con las luces apagadas y las manos temblorosas.
El reloj marcó las 8 de la noche y él llegó, puntualísimo a su cita. Su vestimenta era casual elegante, y olía a un delicado perfume. Además iba ataviado con su mejor sonrisa.
Ella pensó que era el hombre más atractivo sobre el planeta Tierra.


III

Diez meses después, las cosas iban mucho mejor. A pesar de que ella era bastante seria y él tenía un espíritu extrovertido por naturaleza, en los ámbitos más importantes se compenetraron de maravilla.
Una noche, después de haber cenado en Delicias Kosher, fueron a un parque a mirar las estrellas. Ambos gustaban de los momentos de soledad mirando al cielo. Incluso, un mes antes, él le había hecho un regalo: un telescopio Schmidt Cassegrain Nexstar 5 SE, con el que disfrutaban noches enteras a campo abierto mirando hacia arriba, entre beso y beso.
En esa ocasión no verían las estrellas, se mirarían a los ojos y pasarían un rato en silencio. También compartían ese gusto.
Una vez en el parque e iluminados solamente por la luz de la luna, Günther sacó de su bolsillo una cajita negra, de piel brillante, y una pequeña navaja.
Ahí, en medio de la noche, él le propuso matrimonio. Ella no supo qué decir, por una parte estaba emocionada, y cómo no estarlo, si su mayor sueño con Cop se estaba haciendo realidad. A pesar de eso, se quedó callada. Él le colocó el anillo, tomó sus manos entre las suyas, las besó y le volvió a preguntar: “¿Quisieras casarte conmigo?”, y la miró fijamente, mientras a su lado, con siniestro brillo, reposaba la navaja. “Quiero saber por qué has traído una navaja si pensabas pedirme matrimonio por las buenas”, bromeó ella. “Es por si no aceptabas, o por si acaso te mostrabas vacilante”, dijo él. Su respuesta la pilló desprevenida, pero supo que bromeaba. “Es para que hagamos un pacto de amor”, le dijo, “¿estarías dispuesta?”. “Sí, claro”, respondió ella, no muy convencida.
En un pergamino, que él había conseguido especialmente para aquella ocasión, estaban escritos ambos nombres, además de sus fechas de nacimiento, su signo zodiacal y una breve descripción del momento en que se conocieron. También decía que juraban estar juntos para siempre, y que aunque esto ya lo sellaría un sacerdote mediante la boda cristiana, ambos estaban dispuestos a sellarlo con sangre.
Con la navaja, ambos hicieron un pequeño corte en su mano izquierda y las unieron, mientras se miraban profundamente y se juraban amor eterno.
A Gretchen esto le parecía un poco exagerado y ridículo, pues jamás imaginó que tal acto que le arrancaba vergüenzas, pudiera provenir de Günther.
Una vez que se juraron amor, unieron sus heridas y de la sangre que salía de ambas, juntaron una sola gota, que cayó dentro de un corazón plasmado en la piel del pergamino. Con eso sellarían su unión con sangre, sin oportunidad de fallarse el uno al otro.


IV

A partir de aquel día, Günther se volvió un poco sombrío. Aunque nunca dejaron de salir y de compartir hobbies juntos, ella se mantenía inquieta por aquel acontecimiento, pero no decía nada y siempre se mostraba feliz y dispuesta. Después de todo, salir con él era lo que ella más anhelaba, ¿no? Pues ahora lo tenía, y sería para siempre.

Cuando cumplieron un año, viajaron a Francia para celebrarlo, y si bien su padre no demostraba mucha simpatía hacia su relación, tampoco la desaprobaba del todo. Siempre había pensado que Gretchen no encontraría a un buen mozo, sobre todo porque siempre había sido retraída y no parecían interesarle los chicos desde que Bruno la había plantado hacía ya dos años. Hasta llegó a pensar que nunca se casaría y sería una solterona como sus tías Agnes y Conny. Pero se había equivocado, su hija se veía feliz al lado de aquel chico bien parecido y se iban a casar. Se sentía feliz también él, y quizá por eso no le mencionó a su hija cuando vio a su prometido del brazo de otra mujer. “Será alguna prima”, pensó en aquella ocasión.

Una vez en Francia, se propusieron conocer París de extremo a extremo y disfrutar lo más que se pudiera ese viaje. Fueron de compras, se fotografiaron en la Torre Eiffel, se asombraron en el Museo del Louvre, recorrieron los Campos Elíseos, visitaron la Catedral de Notre Dame, el Arco del Triunfo, en fin, prometieron aprovechar al máximo las dos semanas de estancia y así lo estaban haciendo.
Al volver al hotel, todas las noches, hacían el amor.

La última noche en París, visitaron por última vez la Plaza de la Concordia, todo era tan romántico que no querían irse, pero al día siguiente, muy temprano, el vuelo 257 de Iberia los llevaría de regreso a Barcelona.
Una noche de tantas, Gretchen no había podido dormir. Pensaba en su cercano matrimonio y en que sus planes quizá se verían estropeados por esa razón. Quiso decirle a Günther que debían posponer su matrimonio, o suspenderlo por un tiempo, pero ya dormía, por eso aprovechó ahora que estaban a punto de irse, para confesárselo.
Él no se lo tomó demasiado bien y se disgustó un poco.              Se tornó pensativo y pidió volver al hotel. Una vez en su habitación, enloqueció. Se encerró en el cuarto de baño y golpeó las paredes, rompiendo a su paso un espejo. Gretchen temió que las copas que bebieron durante la cena le hubieran puesto violento.
Cuando salió del baño, tenía los ojos enrojecidos y se notaba triste. Caminó hacía su maleta y la abrió. Sacó el pergamino y fue a donde Gretchen. La tomó por los cabellos y la obligó a pararse, mostrándole el pergamino y gritando frenético que habían hecho un pacto de sangre, por lo que ahora no podía echarse para atrás.
Ella intentó zafarse y gritar, pero él se lo impidió, colocándole una mano en la boca y echándola al piso. Gretchen pataleó y quiso propinarle un golpe, al menos una bofetada que lo sacara de su furia, pero no pudo, logrando solamente que él se encolerizara más y la atara a una silla.


V

Era de día cuando Günther despertó, tomó su maleta y salió de la habitación, que ya habían dejado pagada desde que se hospedaron.

°°°

Media hora más tarde, una mujer de limpieza ingresó al cuarto 105 y casi devuelve el almuerzo al ver la escena. Llamó horrorizada a la policía, quienes llegaron apenas 7 minutos después.
A la muerta no la acompañaba ninguna identificación, y en la hoja de registro sólo figuraba el nombre falso que Günther había proporcionado cuando se hospedaron.
Nadie la conocía en los alrededores, y a pesar de que su rostro circuló por los medios locales y algunos tenían alcance hasta el vecino país de España, ninguno de sus conocidos vio las noticias, por lo que quedó sin identificar.

Una semana más tarde, las autoridades decidieron arrojar el cadáver mutilado a la fosa común.

Ningún medio habló jamás del mensaje que, con sangre tinta, estaba escrito en la pared:
“Nuestro pacto de sangre no lo romperá nadie, ni siquiera Dios”.


VI

En las aguas del río Sena, dos días después, flotaba el cadáver de un hombre joven, de aproximadamente 20 años, que fue encontrado sin documentos que probaran su identidad. Sobre su pecho, escrito con una navaja, rezaba el siguiente mensaje: “Nuestro pacto de sangre no lo romperá nadie, ni siquiera Dios”.

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