I
Günther y Gretchen llevaban 10 meses saliendo y todo iba
viento en popa.
A Günther, ella le pareció encantadora desde aquella vez
que se encontraron en el pasillo de la Universidad y enrojeció al verlo. Sus
mejillas sonrosadas le parecieron cautivadoras y pensó que estaría bien
invitarla a tomar un café al Krampus Crêpes Atelier, que quedaba cerca de
la casa de ella.
A Gretchen, por su parte, le había parecido demasiado
seductora esa sonrisa de dientes perfectos y la personalidad desenfadada que le
confería el ser el mejor del equipo de natación.
Ella nunca pensó que Cop,
como sus amigos lo llamaban, se fijaría en ella, menos por el hecho de que ella
no era nada popular. Siempre pensó que terminaría con alguien tan poco
agraciado como Tony, el típico muchacho blancuzco, con las partes visibles de
su cuerpo atiborradas de acné y los grandes anteojos de culo de botella. Pero
vivía secretamente enamorada de Günther. Era de ascendencia alemana, como ella,
y era guapo, extrovertido y de sonrisa franca, cosa que a ella le gustaba, lo
único que la deprimía un poco era que demasiadas chicas (más guapas que ella)
se derretían por él y se colgaban de su brazo apenas lo veían en alguno de los
pasillos.
Una tarde, al salir de su clase de Ciencias, Gretchen se
dirigía a toda prisa hacia el coche de su padre, que la ya esperaba afuera para
ir a visitar a la abuela, quien estaba internada en el hospital. A causa de la
prisa, no se fijó que un casillero estaba abierto y chocó contra la puerta,
cayendo, sin querer, a los pies de Günther. Enrojeció profusamente, lo supo por
el calor que subió a su rostro y el bochorno general que sintió.
Afortunadamente sólo dos chicos presenciaron la escena. El chico de sus sueños
la ayudó a ponerse en pie y le sonrió, ella quiso devolverle la sonrisa pero se
acobardó, soltó un leve “gracias” y se echó a correr.
A pesar de que lo seguía una multitud de chicas guapas,
él pensaba que la belleza no lo era todo, formaba parte de un conjunto de
cualidades, pero no era lo primordial. Por ese motivo no había salido con
nadie, aunque algunas de ellas se le insinuaron más abiertamente, sobre todo
las que estaban en el equipo femenil de natación, pues con ellas tenía más
contacto. Una vez salió con Beatriu al cine, pero le pareció de lo más hueca e
infantil y le dijo que serían solo amigos. Ella se enfadó tanto, que le dejaba
mensajes amenazadores en el parabrisas de su auto, hasta que él se decidió
encararla y el asunto paró ahí.
A partir de aquel incidente con Gretchen, no dejaba de
pensar en ella. Recordaba su cara inocente de mejillas encendidas y sonreía.
Sopesó la posibilidad de invitarla a tomar un café, comer una crepa, tal vez
luego irían al cine, y después, Dios diría.
II
Era viernes al mediodía y las clases habían concluido. Günther
buscó a Gretchen por los pasillos y no la vio. Acudió a la cafetería del campus
y tampoco. Pensó que estaría en la biblioteca, sí, ella parecía ser estudiosa y
ese era el lugar en el que, estaba casi seguro, la encontraría, pero tampoco
estaba. Se desanimó un poco pues ya había imaginado que esa tarde la pasarían
juntos, mas se reprendió por no haberle hecho saber sus intenciones unos días
antes.
De pronto, la vio, salía de la sala de profesores con rostro
apesadumbrado. Quiso ir a su encuentro pero esperó hasta que ella notara su
presencia. Levantó el rostro y en sus ojos se notaba que había llorado, pero a
pesar de eso, sonrió. A decir verdad, su corazón latió aceleradamente y por un momento
olvidó lo que la acongojaba. Cop le
devolvió la sonrisa y la saludó.
Se detuvieron un instante al lado del aula de Química y
él decidió invitarla esa tarde. Ella quiso decir que no, pero no estaba como
para rechazar las invitaciones de su amor platónico, así que aceptó.
Estuvieron juntos gran parte de la tarde, charlaron de
sus intereses personales y profesionales, así como en el ámbito amoroso. Ella
descubrió que no era como los demás chicos populares, quienes por su fama
salían con cuanta chica se les pusiera enfrente, sin tomar en serio a ninguna.
Sólo había tenido dos romances serios, y uno de ellos había sido en Alemania,
antes de mudarse a Barcelona, tres años atrás.
Él descubrió que, tal como imaginaba, ella era muy
dedicada a los estudios, quería ser médico anestesiólogo, como su padre, y solo
había salido en una ocasión con un chico, que un día la dejó plantada y nunca
más volvió a saber de él.
Después de la charla, acompañada de un humeante café, probaron
la crepa que les recomendó el camarero.
Salieron de ahí y fueron al cine, vieron el estreno más
sonado de la semana, comieron palomitas y, al final, él le regaló un clavel.
Al siguiente viernes, nuevamente saldrían juntos, pero
esta vez a cenar y a bailar.
Con el corazón saliendo de su pecho, se puso lo más guapa
que pudo y lo esperó impaciente en la antesala, con las luces apagadas y las
manos temblorosas.
El reloj marcó las 8 de la noche y él llegó, puntualísimo
a su cita. Su vestimenta era casual elegante, y olía a un delicado perfume.
Además iba ataviado con su mejor sonrisa.
Ella pensó que era el hombre más atractivo sobre el
planeta Tierra.
III
Diez meses después, las cosas iban mucho mejor. A pesar
de que ella era bastante seria y él tenía un espíritu extrovertido por naturaleza,
en los ámbitos más importantes se compenetraron de maravilla.
Una noche, después de haber cenado en Delicias Kosher, fueron
a un parque a mirar las estrellas. Ambos gustaban de los momentos de soledad
mirando al cielo. Incluso, un mes antes, él le había hecho un regalo: un
telescopio Schmidt Cassegrain Nexstar 5
SE, con el que disfrutaban noches enteras a campo abierto mirando hacia
arriba, entre beso y beso.
En esa ocasión no verían las estrellas, se mirarían a los
ojos y pasarían un rato en silencio. También compartían ese gusto.
Una vez en el parque e iluminados solamente por la luz de
la luna, Günther sacó de su bolsillo una cajita negra, de piel brillante, y una
pequeña navaja.
Ahí, en medio de la noche, él le propuso matrimonio. Ella
no supo qué decir, por una parte estaba emocionada, y cómo no estarlo, si su
mayor sueño con Cop se estaba haciendo realidad. A pesar de eso, se quedó
callada. Él le colocó el anillo, tomó sus manos entre las suyas, las besó y le
volvió a preguntar: “¿Quisieras casarte conmigo?”, y la miró fijamente,
mientras a su lado, con siniestro brillo, reposaba la navaja. “Quiero saber por
qué has traído una navaja si pensabas pedirme matrimonio por las buenas”,
bromeó ella. “Es por si no aceptabas, o por si acaso te mostrabas vacilante”,
dijo él. Su respuesta la pilló desprevenida, pero supo que bromeaba. “Es para
que hagamos un pacto de amor”, le dijo, “¿estarías dispuesta?”. “Sí, claro”,
respondió ella, no muy convencida.
En un pergamino, que él había conseguido especialmente
para aquella ocasión, estaban escritos ambos nombres, además de sus fechas de
nacimiento, su signo zodiacal y una breve descripción del momento en que se
conocieron. También decía que juraban estar juntos para siempre, y que aunque
esto ya lo sellaría un sacerdote mediante la boda cristiana, ambos estaban
dispuestos a sellarlo con sangre.
Con la navaja, ambos hicieron un pequeño corte en su mano
izquierda y las unieron, mientras se miraban profundamente y se juraban amor
eterno.
A Gretchen esto le parecía un poco exagerado y ridículo,
pues jamás imaginó que tal acto que le arrancaba vergüenzas, pudiera provenir
de Günther.
Una vez que se juraron amor, unieron sus heridas y de la
sangre que salía de ambas, juntaron una sola gota, que cayó dentro de un
corazón plasmado en la piel del pergamino. Con eso sellarían su unión con
sangre, sin oportunidad de fallarse el uno al otro.
IV
A partir de aquel día, Günther se volvió un poco sombrío.
Aunque nunca dejaron de salir y de compartir hobbies juntos, ella se mantenía
inquieta por aquel acontecimiento, pero no decía nada y siempre se mostraba
feliz y dispuesta. Después de todo, salir con él era lo que ella más anhelaba,
¿no? Pues ahora lo tenía, y sería para siempre.
Cuando cumplieron un año, viajaron a Francia para
celebrarlo, y si bien su padre no demostraba mucha simpatía hacia su relación,
tampoco la desaprobaba del todo. Siempre había pensado que Gretchen no
encontraría a un buen mozo, sobre todo porque siempre había sido retraída y no
parecían interesarle los chicos desde que Bruno la había plantado hacía ya dos
años. Hasta llegó a pensar que nunca se casaría y sería una solterona como sus
tías Agnes y Conny. Pero se había equivocado, su hija se veía feliz al lado de
aquel chico bien parecido y se iban a casar. Se sentía feliz también él, y
quizá por eso no le mencionó a su hija cuando vio a su prometido del brazo de
otra mujer. “Será alguna prima”, pensó en aquella ocasión.
Una vez en Francia, se propusieron conocer París de
extremo a extremo y disfrutar lo más que se pudiera ese viaje. Fueron de
compras, se fotografiaron en la Torre Eiffel, se asombraron en el Museo del
Louvre, recorrieron los Campos Elíseos, visitaron la Catedral de Notre Dame, el
Arco del Triunfo, en fin, prometieron aprovechar al máximo las dos semanas de
estancia y así lo estaban haciendo.
Al volver al hotel, todas las noches, hacían el amor.
La última noche en París, visitaron por última vez la
Plaza de la Concordia, todo era tan romántico que no querían irse, pero al día
siguiente, muy temprano, el vuelo 257 de Iberia los llevaría de regreso a
Barcelona.
Una noche de tantas, Gretchen no había podido dormir.
Pensaba en su cercano matrimonio y en que sus planes quizá se verían
estropeados por esa razón. Quiso decirle a Günther que debían posponer su
matrimonio, o suspenderlo por un tiempo, pero ya dormía, por eso aprovechó
ahora que estaban a punto de irse, para confesárselo.
Él no se lo tomó demasiado bien y se disgustó un poco. Se tornó pensativo y pidió volver
al hotel. Una vez en su habitación, enloqueció. Se encerró en el cuarto de baño
y golpeó las paredes, rompiendo a su paso un espejo. Gretchen temió que las
copas que bebieron durante la cena le hubieran puesto violento.
Cuando salió del baño, tenía los ojos enrojecidos y se
notaba triste. Caminó hacía su maleta y la abrió. Sacó el pergamino y fue a
donde Gretchen. La tomó por los cabellos y la obligó a pararse, mostrándole el
pergamino y gritando frenético que habían hecho un pacto de sangre, por lo que
ahora no podía echarse para atrás.
Ella intentó zafarse y gritar, pero él se lo impidió,
colocándole una mano en la boca y echándola al piso. Gretchen pataleó y quiso
propinarle un golpe, al menos una bofetada que lo sacara de su furia, pero no
pudo, logrando solamente que él se encolerizara más y la atara a una silla.
V
Era de día cuando Günther despertó, tomó su maleta y
salió de la habitación, que ya habían dejado pagada desde que se hospedaron.
°°°
Media hora más tarde, una mujer de limpieza ingresó al
cuarto 105 y casi devuelve el almuerzo al ver la escena. Llamó horrorizada a la
policía, quienes llegaron apenas 7 minutos después.
A la muerta no la acompañaba ninguna identificación, y en
la hoja de registro sólo figuraba el nombre falso que Günther había
proporcionado cuando se hospedaron.
Nadie la conocía en los alrededores, y a pesar de que su
rostro circuló por los medios locales y algunos tenían alcance hasta el vecino
país de España, ninguno de sus conocidos vio las noticias, por lo que quedó sin
identificar.
Una semana más tarde, las autoridades decidieron arrojar
el cadáver mutilado a la fosa común.
Ningún medio habló jamás del mensaje que, con sangre tinta,
estaba escrito en la pared:
“Nuestro pacto de sangre no lo romperá nadie, ni siquiera
Dios”.
VI
En las aguas del río Sena, dos días después, flotaba el
cadáver de un hombre joven, de aproximadamente 20 años, que fue encontrado sin
documentos que probaran su identidad. Sobre su pecho, escrito con una navaja,
rezaba el siguiente mensaje: “Nuestro pacto de sangre no lo romperá nadie, ni
siquiera Dios”.
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