21.10.11

El cadáver del fuego que cayó del cielo

Despierto sudando y veo unas paredes que no reconozco.
Me incorporo y me encuentro a mi lado a un duendecillo que me empieza a cantar unas melodías que me dan miedo, sobre fantasmas y cosas que aparecen y desaparecen. Sólo recuerdo vagamente lo que pasó la noche anterior.

Venía caminando pasada ya la medianoche por el callejón Fainthaze cuando vi de reojo una silueta de una anciana en el porche de una casona abandonada, la ignoré y seguí caminando cuando escuché unos sollozos, volteé pero: ya no había nadie. Estaba segura que había visto a alguien parado ahí, a menos que estuviera alucinando por tanto desvelo acumulado, pero no. Continué mi camino y ya estaba a punto de llegar al apartamento cuando oí unos pasos detrás mío, volteé para ver de quién se trataba pero no había nadie, sólo alcancé a ver una sombra escurriéndose detrás de un gran árbol. Corrí para llegar lo antes posible, pero una mano me jaló hacia atrás, caí al suelo y ya no supe más. Hasta que me encuentro despertando en este lugar...

Mi compañero el duende se pone a reír y sale por la ventana dando un gran salto.
A lo lejos se escucha el sonido de una podadora de césped. Veo la mesita de al lado, no hay nada más que un reloj digital que anuncia que ya son las 6 de la tarde. "¿Quién me trajo hasta aquí? ¿Dónde estoy?".
Salgo de la cama e intento salir del cuarto: tiene echada la llave. Aporreo la puerta y nada, al parecer no hay nadie, aunque ya cesó el ruido de la podadora... Bueno, creo que prefiero esperar. Me asomo por la ventana y veo un precipicio gris y montañas y más montañas. No tengo hambre.
Vuelvo a la cama y veo en la mesita un libro rojo de pasta dura con unas letras doradas que parecen estar en latín. Lo tomo y comienzo a hojearlo. Está lleno de imágenes antiguas en blanco y negro. Algunas páginas tienen resaltados unos párrafos en color rojo. Cae de entre las páginas un papel y lo tomo para verlo: es una fotografía de la anciana que vi un día antes por la calle, está circulada la imagen de la mujer y debajo una leyenda en un idioma que desconozco. "Esto me huele mal. Esto es muy extraño. Tengo que salir de aquí." Al lado de la ventana veo un hacha, que antes no había visto, recargada en la pared, y empiezo a golpear la puerta hasta que abro un orificio vertical y puedo ver un pasillo con baldosas color vino y una escalera blanca que va al piso inferior. Empujo la puerta y la cerradura cede. "Vamos a ver qué hay por acá".
Mientras voy bajando las escaleras escucho un ruido dentro de la recámara de la cual había salido, algo parecido a un grito de terror. Regreso y veo una luz cegadora que entra por la ventana. Me asomo para ver qué está pasando pero sólo alcanzo a ver al fondo del precipicio una llamarada roja y brillante que pronto se extingue. "Qué extraño".
De repente, oigo voces en la parte baja de la casa y el sonido de unos pasos subiendo la escalera. "Me van a matar cuando vean el desastre que he hecho con la puerta...", me dije, temeroso.
Se me acerca una anciana bajita de rostro afable y sonrosado que me indica que está lista la comida, por si deseo bajar a comer. Bajo las escaleras detrás de ella y un circo de cucarachas sale de su boca mientras la veo hacerse polvo frente a mi. Doy un grito y salgo huyendo desesperadamente hacia lo que parece un jardín bastante descuidado. Tropiezo con unas flores secas y me encuentro de frente con el borde del gran precipicio que miraba desde la ventana. Trato de bajar pero este lado es muy escarpado. "Por aquel lado parece que hay un camino", llego hasta ahí y comienzo a bajar. La bajada por acá es muy fácil y llego abajo antes de lo planeado. Abajo hace frío y viento, y se forman unos remolinos que impiden momentáneamente la visibilidad. Uno tiene que cerrar los ojos porque se levanta mucho polvo aquí. Abro los ojos y veo que me encuentro pisando a cientos de cadáveres ennegrecidos que aún humean y apestan a quemado. "El fuego que vi desde la ventana". Me doy la vuelta e intento subir, cuando siento una mano seca asirse de mi tobillo. Es uno de los cadáveres horribles, que me muestra la dentadura y me observa despiadadamente por sus cuencas vacías. Le doy una patada pero con el movimiento me resbalo y caigo al suelo de nuevo. Se levanta una gran nube de polvo pero ya no hay nada ahí, sólo la tierra gris y unos cuantos carboncillos humeantes. "¿A dónde se han metido?"
Busco a mi alrededor y sólo veo la nada. Ya está todo oscuro. "¿Qué hora será?
Siento hambre.
Subo a la casa y ahí están todos sentados a la mesa, unos riendo otros comiendo. Otros más están sentados por las bancas del jardín charlando apaciblemente. Uno de ellos voltea a verme y me sonríe mostrándome sus dientes afilados y sus ojos rojos centelleantes.
Salgo corriendo hacia la calle, tratando de huir de esto y me veo tirado a medio callejón con la rama de un árbol atorada en la blusa.
Acudo a verme y veo dibujado en mi cara un rictus de horror. Una nube azulada cubre mis ojos. Mis labios están resecos y de mi boca comienzan a salir en desfile un cúmulo de gusanos verduzcos. Mi piel está arrugada como la de un viejo. Me tomo en brazos y vuelvo a la casa. Me observo en el espejo de la sala y veo que llevo cargando al cadáver del fuego que cayó del cielo. Lo suelto a mis pies y comienzo a dar alaridos.

Despierto sudando.
Me incorporo y me encuentro a mi lado a un duendecillo que me empieza a cantar unas melodías al oído. "¿Lebinad? Ah, ¡¡qué gusto verte!!". Me da un besito y sigue tarareando su cancioncilla:

"Dani Daniel,
con aroma de miel
dame un beso
que sabe a universo.

Dani Daniel,
con seda en la piel,
dame tu corazón
sin ninguna abreviación.

Dani, Daniel..."

Oigo a mi mamá decir que está listo el desayuno.
"¡Qué hambre!"
Subo a Lebinad a mi hombro y bajamos a desayunar unos deliciosos waffles, mientras en la sartén se fríe un omelette.
Él sigue cantando...

1 comentario:

Daniel Saborío dijo...

El cadáver del fuego que cayó del cielo

En mi jardín cayó una ráfaga de fuego. La ví desde la ventana. Alumbró la madrugada mientras yo ensayaba una melodía en el clavicordio de mi abuelo. Me vestí y salí con curiosidad a ver lo que el cielo había escupido con tanta furia.

Era un cuerpo moribundo que se retorcía entre las margaritas, era pequeño y sus ojos imploraban ayuda. Lo primero que pensé es que estaba frente a una estrella pero lo más coherente era que ese ser, provenía de ellas.

El cielo parecía tranquilo, no se veía nada fuera de lo normal y el silencio de la noche era roto por el crepitar de las llamas del animalejo que se retorcía entre mis plantas.

Cogí un poco de tierra y la esparcí en las llamas, con el saco de mi pijama comencé a vapulear las horrendas flamas. Poco a poco fueron desapareciendo.

¡Increible!

El personaje no parecía quemado sin embargo era verdaderamente horrible. Sus ojos eran enormes como los de una araña gigante, su piel era viscosa y sus extremidades demasiado largas para su tamaño.

Se retorcía mientras me miraba asustado. Sentía que mi mente era registrada por unos ojos invisibles que trataban de saber qué o quién era yo.

Con la mente le dije que me llamaba Ermitaño, que este era el planeta tierra, que estaba tirado matando mis margaritas y que moría por un trago.

Lo tomé de las manos (si es que así se llamaban) y lo levanté con cuidado. Parecía estar lastimado, pero no tanto. Increíble para alguien que había caído desde alguna estrella lejana.

¿Estás bien?

Lo metí a casa y lo acomodé en un sillón. Su mirada era profunda. De alguna manera se podía comunicar conmigo a través de ella. Supe que su cuerpo necesitaba agua.

¡Mucha agua!

Lo llevé a la regadera en donde se tiró para disfrutar de su alimento.

Bajé a la cocina a preparar un café. Seguro al visitante le agradaría aquella deliciosa bebida. La preparé a mi gusto y subí a verlo. Ya tenía quince minutos bajo el agua.

¡Demonios!

Estaba muerto, con una sonrisa espantosa y los ojos (antaño tan expresivos) ahora parecían dos hoyos negros. Su piel había tomado un color añil y su rostro se veía bastante recuperado.

Pero estaba muerto…

como mi perro el día anterior, como mi abuela hace tantos años sentada en su sillón leyendo la biblia del diablo.

Apagué la regadera y me senté a su lado, prendí un cigarrillo y le canté la canción de cuna que me cantaba mi madre cuando me atacaba el miedo.

¿Quién llorará tu muerte, apreciable marciano?

Lo abracé y comencé a llorar. Sé lo que es estar lejos de casa, lejos de quién te cuide y se preocupe por ti. Entonces yo lloré por todos aquellos que no sabían dónde estaba él, que había caido de quiensabedónde y que ya se lo había llevado la chingada.

Lloré y lloré hasta que me dio sueño.
Me dormí abrazando al cadáver del fuego que cayó del cielo.