Hoy en la tarde sentí un pene deslizándose en mi entrepierna.
Volteé y lo noqueé de un rodillazo.
No volteé y lo noqueé de un rodillazo, sino otra cosa peor -eso creí-.
Lo ahorqué [pensaba matarlo] y comenzó a escupir
en forma voluminosa directo a mi cara.
¡Pequeño granuja!
Seguí presionando hasta que dejó de forcejear.
Quedó colgado, como quedan las cáscaras de plátano
(cuando uno se ha comido el plátano, pues)
y me reí de él aunque interiormente sentí remordimientos.
Volteé para ver si realmente lo había matado y ahí
estaba el muy cínico, mirándome nuevamente
dispuesto a atacar, ¡ah no, m'ijito ahora si que no!
Entonces sí, volteé y lo noqueé de un rodillazo.
Vaya.
Mal fin para un pobre chiquitín juguetón.
Buen intento, chaval.
No hay comentarios:
Publicar un comentario