31.3.12
Cuartel
Debajo de una piedra, en un rincón oscuro,
en un armario olvidado,
entre el trinar peligroso de un río sin cauce,
encontré dormida a tu sonrisa.
Era fresca, colorida y con aroma a vida.
La tomé entre mis manos, la observé cuidadosamente,
noté sus diminutas huellas, tan delicadas y tan firmes,
admiré su semblante tranquilo y perfecto...
No quise perturbar su tranquilidad, así que la deposité sobre una nube.
Era evidente que soñaba, pues sus ojos inquietos iban de un lado a otro.
Minutos después despertó. En sus ojos había duda.
No sabía dónde se encontraba, ni porqué había aparecido ahí.
Formuló una pregunta sin voz que respondí con la mirada.
Me sonrió y una bandada de pájaros cantó con alegría.
Desde ese día me dediqué a seguirla.
Me sentía la pobre avecilla más feliz del universo.
Día y noche iba tras ella y me fascinaba cada vez más su textura
tan fina, su personalidad tan diáfana, su presencia tan firme.
Me perdía en sus ojos y en su actitud concupiscente, (debo confesar
que siento cierta debilidad hacia las sonrisas encantadoras, por
no mencionar que me hechizan, me hipnotizan, me envuelven, me idiotizan)
todos los días iba a despertarme la idea seductora de volverla a ver
perfectamente grabada en tu rostro... y con ese feliz ánimo acudía a trabajar.
Un día de ésos, la encontré jugueteando en tus labios.
Carraspeé y los dos me miraron.
Ella se me entregó como un destello deslumbrante de poesía y notas musicales.
Me enamoré de ella y de esa forma tan suya de hacerme soñar.
Me enamoró su forma de actuar y también su manera de besar.
Nos entregamos a un idilio torrencial, éramos dos locos sin rienda.
Habíamos perdido el sentido, simplemente nos dejamos llevar.
Desde aquél día, siempre he querido casarme con ella.
Siempre lo supe. Siempre lo quise.
No sé si algún día lo consiga, pero quiero dejar plasmado aquí,
en este mi testamento literario, que es la más hermosa que conocí
jamás y que aún albergo la ilusión de compartirme con ella y con usted,
su dueño, el resto de mi vida.
Que la extraño y que su alegría me hace falta para llenar los espacios
reservados para ella cada día, y que añoro los besos que depositaba
sin freno sobre mi piel, aquellos días lejanos de agosto.
Para su sonrisa y para usted, Sr. Ito, con cariño.
Maribel.
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