Volvía a casa luego de una jornada extenuante de trabajo. Era fin de semana, pero no había hecho ningún plan para la noche, sólo deseaba volver a casa y dormir. Estaba cansado, cansado y harto. La rutina había vuelto sus días más que monótonos: todos los días despertar a las 6 de la mañana, darse una ducha, comer un sándwich preparado de mala gana por su también cansada y harta esposa y salir de prisa con el mal humor a cuestas rumbo a su trabajo, y por la noche volver agotado deseando acostarse a descansar.
Gemma se había tornado distante y fría desde que descubrió la infidelidad de Nabil. Llevaba varios meses sospechando que sus reuniones de trabajo eran realmente otra cosa, hasta que se decidió y le contó a su mejor amiga, Vanya, y ella le aconsejó que lo espiara si quería enterarse de la verdad. Acordaron verse un martes por la tarde en la cafetería que había frente al Half Moon Park, y después de una charla y un poco de nerviosismo, salieron con lentes oscuros y se dirigieron a la empresa en la que Nabil se desempeñaba como el más exitoso agente de ventas. Algunos empleados comenzaban ya a salir, dirigiéndose a toda prisa a tomar el autobús, pues había comenzado a llover. Cinco minutos después, Nabil salió ataviado con una sonrisa que hacía años que ella no le veía y del brazo de una mujer, a leguas más joven que él. Por la forma de andar y de mirarse, se diría que llevaban una relación íntima y prometedora. Se dirigieron a su coche y partieron hacia el sur, rumbo a la Reserva Nacional de Cavenham Heath, donde seguramente estaría su nido de amor. Todo quedó registrado en 8 fotografías. Durante el trayecto de vuelta a casa, Gemma recibió un mensaje de él, en el que le decía que había tenido que salir a visitar a un cliente muy importante, y que estaban por cerrar un trato para un negocio en el Thetford Forest Park. Vanya no pronunció palabra para evitar empeorar la situación, y Gemma tampoco estaba de humor para soportar ningún comentario. Al volver, taciturno y malhumorado como siempre, Nabil se metió a la ducha sin pronunciar palabra. Gemma lo esperaba en el dormitorio, con la cámara entre las manos y el humor más negro que la noche.
La tormenta eléctrica sirvió de marco para una discusión que puso fin a las pocas palabras que cruzaban por las mañanas. Nabil durmió en la sala a partir de ese día, por lo que hoy, mientras volvía a casa, no soñaba con una cama apetitosa y mullida, sino con el duro y frío sofá.
Al llegar a casa, notó que estaba especialmente silenciosa y buscó a Gemma, mas no estaba. Se preocupó. En los 13 años que llevaban juntos, sólo dos veces había salido sin dejarle un recado en el frigorífico, la vez que su hermano tuvo aquel accidente que lo dejó paralítico, y hoy.
Decidió esperar antes de enviarle un mensaje. El gran reloj de péndulo de la sala de estar marcó las 11 de la noche. Miró a su alrededor. Realmente era una casa bonita, y aunque pequeña, era antigua y ellos la habían decorado con un particular estilo colonial, respetando la estructura y procurando no hacer demasiadas modificaciones. Se habían casado luego de 3 años de noviazgo y estaban muy enamorados. En su luna de miel, que duró dos meses y medio, viajaron por toda Europa y parte de Asia, y al volver comenzaron a amueblar su hogar. Cuatro años después decidieron que era el momento ideal para tener un bebé. A pesar de que hicieron todo lo posible, Gemma no lograba quedar embarazada y el médico les informó, para su pesar, que Nabil era estéril. Hablaron de adoptar, pero nunca encontraron un bebé que les completara ese sentimiento de ser padres, por lo que se quedaron solos. No sabía definir el momento en el que las cosas se habían enfriado. Falto de amor y con el ánimo por los suelos, buscó desesperadamente a la persona que le diera el cariño que le estaba faltando, entonces encontró a Moira, quien se encontraba en una situación similar en su matrimonio. Al poco tiempo de conocerse ya estaban saliendo juntos, primero fue a un café, después a cenar, finalmente rentaron una cabaña en Cavenham Heath, donde daban rienda suelta a la pasión. Pero también con ella las cosas habían cambiado. Hacía más de un mes que se negaba a salir con él, inventando pretextos, poniendo de por medio una invisible barrera de indiferencia y saliendo de la oficina unos minutos antes para evitar el encuentro. Hoy particularmente había sido un día atroz. Moira esperó la hora de salida y asegurándose de que él la viera, salió al encuentro de otro hombre, más guapo y joven que Nabil, quien pasó a recogerla en un Aston Martin DB9 color azul. Ese fue el acabóse.
Estaba sumido en esos pensamientos, cuando vio las luces de un coche que se detuvo frente a su jardín. Por una rendija le pareció ver a Gemma, mas no estaba seguro de ello ya que los cristales del auto estaban arriba y por si fuera poco, el viejo farol de calle estaba fundido.
Minutos después entró Gemma de puntillas y sin prender la luz, se dirigió al cuarto de baño y dejó tras de sí un aroma a Versace pour homme, "vaya, hasta tiene los mismos gustos que yo", pensó Nabil y siguió sus pasos. La encontró reclinada sobre el lavabo, alcoholizada. Vestía un pequeño vestido Armani negro y unas delicadas zapatillas de Fratelli Rossetti que él le había regalado la navidad anterior. Se veía realmente hermosa, como el día que se enamoró de ella en la Universidad. Levantó el rostro y vio a Nabil parado detrás de ella, no sintió vergüenza pues había aceptado salir con Franz sólo por venganza, y después de declinar muchas invitaciones. Habían tomado unos tragos en el White Hart y cenado en el D&G Jamaican Takeaway, para después volver a casa, no sin antes darse un vaporoso beso que prometió repetir el encuentro.
Nabil percibió en ella la excitación que aún la dominaba y sintió celos, pero ella ignoró su semblante y se dirigió a su dormitorio. Él la detuvo y la rodeó con sus brazos. Se maravilló de lo bien que se sentía abrazar a su esposa después de tanto tiempo. Ella le manchó la camisa de carmín al devolver el abrazo y por sus mejillas corrieron lágrimas, estropeando su maquillaje. En un fugaz instante pasó por su mente el día de su boda, cuando el sacerdote los declaró oficialmente marido y mujer. Recordó lo felices que ambos se sentían, las personas en la calle los miraban y les auguraban una vida plena y dichosa. Se preguntó por qué no lo habían sido y encontró que el egoísmo y el orgullo habían hecho mella en su perfecta relación.
Nabil comenzó a besarla arrebatadamente y le bajó el cierre del vestido. La ropa que vestían quedó tirada por toda la habitación, para dar paso a una larga noche lujuriosa, absorta en la copa del placer.
Ese día bailaron con las sábanas al ritmo del amor, se arañaron con lascivia la piel, humedecieron sus sentidos con desenfreno.
Ese día brindaron por el anal del sexo olvidado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario