[Llovía a raudales.
Mis ojos también lloraban.
Por ti. Por nosotros]
Hacía seis meses que la misión espacial Voltaire-1 había llegado a territorio marciano. Su principal objetivo era estudiar el terreno para migraciones inminentes de grupos humanos y complementar la información que la sonda Kaley había recopilado en 9 años.
Faltaban cuatro largos meses para volver a casa. La tripulación aún conservaba los bríos con que llegaron a ese planeta, tan cercano y al mismo tiempo tan alejado de la Tierra, que casi parecía palpable. Todas las noches y después de cenar, Jill, el más joven del grupo, salía a la soledad de Marte y tomaba asiento en el suelo rocoso. No veía más que una bola azul en la lejanía, llena de luces y de vida. Su corazón palpitaba y él suspiraba. Owen lo alcanzaba minutos más tarde y charlaban sobre lo que estarían haciendo sus familiares en aquel planeta que veían flotar imperturbable. La negrura del espacio los hacía imaginarse historias terroríficas sobre lo que sería perder la vida allá, donde nadie los escucharía ni encontraría jamás.
Dos meses después
Roger, Owen y Scott habían pillado una especie de fiebre. Al amanecer su cuerpo estaba caliente y por la noche era al contrario, hasta llegar al extremo azulado. Alexandre, quien estaba al frente de la misión, estaba visiblemente preocupado por la salud de tres de sus mejores hombres. Algunas noches, luego del episodio helado, volvía el calor a su cuerpo pero comenzaban a delirar. Ese incidente duraba poco, después se iba y todo parecía normalizarse.
De la Tierra recibían comunicación cuatro veces al día, y en la base se tenía conocimiento de la rara enfermedad.
Un mes más tarde
Scott era el único que permanecía enfermo. Una tarde hacía dos semanas, después de hacer algunas reparaciones a la nave, Owen y Roger sintieron que la enfermedad había cedido. Ningún malestar. Se había esfumado todo en un instante. Jill se había hecho amigo cercano de Scott en el tiempo que llevaba la misión. Lo apoyaba cuando se sentía mal y le daba palabras de aliento, confiaba en que, igual que había pasado con los otros dos, un día se escabulliría su mal y sería el joven de carácter sincero y agradable que había sido siempre. Mientras tanto, Alexandre había recibido la orden estricta de no volver con alguno de ellos enfermo. Faltaban pocos días para el regreso y Scott no mostraba alguna mejoría. Ya le habían suministrado los pocos medicamentos que llevaban y no quedaba más por hacer, que esperar a que la enfermedad (o lo que fuera) cediera por sí sola.
29 de septiembre
Scott había despertado sintiéndose mejor, aunque sentía el cuerpo dolorido. Su regreso oficial debió haber ocurrido hacía 18 días, pero no podían hacer nada hasta ver lo que sucedía. Esa mañana salió a ver el sol, el ambiente se sentía más frío que lo habitual y se preguntó si no sería que él mismo estaba muriendo, pero se miró al espejo y su semblante era el mejor que se había visto desde que llegaron a ese lugar.
Alexandre, al enterarse, inmediatamente informó al control en Tierra y esperó instrucciones.
Horas más tarde llegó el comunicado oficial: podían volver.
Todo el equipo comenzó a realizar las tareas necesarias para su partida. Aun los separaban muchos días de su familia, pero cada vez estarían más cerca.
Al caer el sol, Jill, como de costumbre, salió a observar ese planeta tan añorado. Imaginó una serie de posibles reencuentros con sus familiares. Cualquiera de ellos lo llenaba de una indescriptible alegría.
Esa noche esperó más tiempo afuera y Owen no salió a acompañarlo. Todos adentro dormían profundamente.
Era curioso. En todo el tiempo que llevaban ahí apenas había explorado unos metros a la redonda, a él le habían asignado recopilar los datos y no se le permitía salir a campo por su propia cuenta. Tal vez por esa razón le gustaba tanto salir por las noches y caminar un poco por ahí.
Ese día especialmente sintió deseos de caminar y alejarse. Por la noche Alexandre no los monitoreaba, menos mientras dormía.
Era extraño ver la similitud de Marte con la Tierra. Al menos en cuanto al terreno respecta.
Montañas, barrancos, espacios lisos, piedras, tierra. Sólo faltaba la vegetación y la fauna. Claro, y las construcciones y destrucciones del hombre, el ruido, las luces. Se imaginó viviendo ahí. Si fuera de las familias que cambiaran de planeta, seguro se aburriría soberanamente. A pesar de que apreciaba la tranquilidad que reinaba ahí, no estaba seguro de poder soportarlo mucho más tiempo. Tendrían que esperar a que estuviera superpoblado y moderno para sentirse en casa, pero aún así algo seguiría faltando. Ese aroma de estar en la Tierra, su planeta.
Se sentó en una roca.
A lo lejos vio un destello. "Una estrella fugaz", pensó. Tres destellos más. Rojos.
No podían ser las lámparas exteriores de la nave, no eran rojas y no destellaban, y, pequeño detalle, ésta quedaba detrás de él y no al frente. Las luces desaparecieron y al mismo tiempo todo quedó a oscuras. Parecía que los fusibles de las lámparas del vehículo se hubieran fundido, no era capaz de ver nada, solamente la negrura espesa. De nuevo los tres destellos rojos. Sintió mucho frío y se incorporó, se iría a dormir antes de coger un resfriado. A tientas caminó unos metros, de pronto, una luz intensa color azul. Vio la nave. La luz se apagó. Tropezándose intentó llegar, sí, se dormiría, empezaba a sentirse mal, un frío intenso le llegaba hasta los dientes.
No supo cuánto caminó, pero no lograba ver nada ni llegar a la nave. Algo baboso le rozó el cuello y lanzó un gritito, apresuró el paso. "¡¡Alexandre!!", gritó. Corrió. En su carrera cayó y se golpeó la cabeza.
° ° °
Sintió que alguien lo arrastraba por el suelo. Su cabeza golpeaba en las rocas pero eso parecía no importarle al que lo llevaba. No era tan corpulento ni muy alto, bien podía ser más amable y cargarlo en hombros.
Perdió nuevamente el conocimiento.
Alguien lo había acostado (¡bendito!) en una camilla no muy suave, pero era mejor que estar en las piedras.
Despertó. Las estrechas paredes que lo rodeaban eran blanquísimas. Estiró la mano para tocarlas: eran extremadamente suaves, como de algodón, pero no podía atravesarlas con su mano, o con lo que quedaba de ella. En lugar de sus blancas y fuertes manos, había una especie de ganchos, inmóviles y fríos.
Trató de bajar de la camilla pero se dio cuenta antes: la cama no estaba sostenida por nada, abajo y arriba era negro, negrísimo.
Intentó gritar, recordar el nombre de sus compañeros, pero no pudo. A lo lejos oyó unas voces que no reconoció, parecía que esas personas estaban enfermas... Más bien era una especie de rugido. Oyó su nombre y las "voces" se acercaban.
Se acostó y buscó serenarse. No se estaba volviendo loco. Era real.
Cuando despertó le sangraba la cabeza y estaba de nuevo acostado sobre el suelo, entre las pequeñas piedras. La noche ya había caído. Estaba desorientado y entumecido. Vislumbró a lo lejos la nave y se dirigió a ella casi a rastras. Cuando al fin la alcanzó, notó que estaba particularmente oxidada, la pintura había caído, al igual que una de las puertas; dos turbinas se encontraban en el suelo, tiradas y con tierra dentro. El motor estaba a unos 50 metros. Todos los cristales estaban rotos. La cabina parecía consumida por el fuego.
Entró por la escotilla y buscó a sus compañeros. Ni rastro de ellos.
Un súbito terror se apoderó de él, "¡¿qué voy a hacer?!, ¿dónde están todos?".
Oyó a sus espaldas un zumbido y una luz potente iluminó el interior.
Volteó y no había nada. Salió.
Algo baboso rozó su cuello. Oyó un aullido y se desmayó.
° ° °
Meses más tarde llegó un equipo en rescate de la tripulación, a bordo de la nave espacial Beth. Habían recibido un S.O.S. urgente y acudieron cuanto antes. Encontraron la nave reducida a cenizas. Buscaron los restos de los tripulantes, pero un breve análisis arrojó que no había restos humanos dentro. Buscaron en los alrededores y encontraron solamente tres fémures, dos clavículas, cuatro quijadas y un cráneo, todos son muestras de haber sido atacados por alguna especie de animal.
Nunca se supo el destino que habían tenidos aquellos hombres, y a los investigadores se les prohibió hablar de lo que sea que vieran allá.
El reporte "oficial" señaló que "... debido a un cortocircuito producido en el sistema central de la nave espacial, toda la tripulación perdió la vida. Por el tiempo transcurrido, las condiciones de los cadáveres no eran las idóneas para su transportación a la Tierra, por lo que se les dio cristiana sepultura en el planeta rojo. En unos días, el equipo de investigadores volverá con más detalles de lo acontecido."
Antes de dormir, el ingeniero Wagner escuchó un aullido agudo y unos arañazos insistentes en los cristales.
Nunca se supo el destino que tuvo el equipo de hombres que acudieron al rescate.
Las exploraciones a Marte fueron suspendidas por tiempo indefinido.
Cuatro meses después, el radio de comunicación de la nave Beth lanzó una señal a la base en la Tierra: era un S.O.S.
Las exploraciones a Marte fueron suspendidas por tiempo indefinido.
Cuatro meses después, el radio de comunicación de la nave Beth lanzó una señal a la base en la Tierra: era un S.O.S.
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