10.8.14

Los ojos de tus senos

Aquella noche, tú y yo juntos,
el anochecer caía,
las estrellas titilaban,
y cantaban los grillos.

Quise decirte lo guapo que te veías,
escuchaba tu corazón latir
y el mío sonreía.

Nuestros labios palpitaban,
enrojecidos por el encuentro,
nuestra piel ardorosa
aun exhalaba lujuria.

El huracán de nuestro sexo
acababa de pasar,
los muros, todavía palpitantes,
se contraían y volvían a dilatar.

Las arañas de la ventana
volvían a su escondite habitual.
Los gatos, desorientados,
se volvían sigilosos a enroscar.

Y a lo lejos, el cantar resurgió.
Eran cantos celtas,
y adornaban nuestro desenfreno.
Eran el marco perfecto.
Se apagaban las voces.
Volvían a empezar.

Lebinad volvió.
Volvió de la mano de Edneud.
Una trompeta mágica anunció el regreso,
sus agudas vocecillas taladraban hasta el hueso:

[Los ojos de tus senos
me miran fijamente.
Tus ojos como truenos
irrumpen en mi mente.

Tus ojos misteriosos
me excitan caprichosos.
Tus ojos, oh, mi vida,
me traen el alma herida.

Los ojos de tus senos,
tan plenos, tan míos,
llenos de vida, de desenfrenos,
tan profundos, tan llenos de bríos.]

Cánticos mágicos, 
cánticos sagrados, 
adornaban nuestro amor,
nos llenaban de candor.

Aquella noche, tú y yo juntos,
el anochecer caía,
nuestro colchón cedía
y sucumbía el rencor, semidifunto.

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