El verano anterior, Jeremy había decidido que este año se uniría a la expedición al Himalaya que organizaban en el Instituto.
Su madre le había suplicado que no lo hiciera, pero Frank se empecinó.
De su grupo de amigos, sólo Alan no iría porque acababa de mudarse con su madre a Liverpool, ya que recientemente sus padres habían firmado el divorcio. Su padre, por su parte, seguiría residiendo en Londres, al frente del Mizrahi Tefahot Bank Ltd y le ofrecía a su único hijo la oportunidad de estudiar en la Universidad de Oxford, pero Alan rechazó la oferta debido al creciente problema de alcoholismo que enfrentaba su padre y que, según los pronósticos de su madre, acabaría dejándolo en la ruina en poco tiempo.
En casa de Jeremy las cosas no iban mejor. Su padrastro, Roy Porter, tenía dos meses desaparecido. Por su trabajo corrían los rumores de que su desaparición se debía a un secuestro, aunque en casa no habían recibido ninguna llamada. Un jueves, a finales de abril, había sido la última vez que alguien lo había visto, había permanecido hasta tarde en su despacho, aparentemente ordenando los reportes de las diferentes áreas de la empresa, para la reunión de socios que se llevaría a cabo al día siguiente. El rastreador GPS del auto de Roy indicaba que este se encontraba en un punto entre Preston y Blackpool, y a pesar de haber seguido al pie de las letra las indicaciones, el sitio preciso era un gran campo de golf, en el que por supuesto no se veía ningún automóvil.
En vano esperaron esos dos meses y nada. Roy Porter seguía sin dar señales de vida.
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Cinco semanas después, Jeremy y sus amigos, junto con un ex profesor, se encontraban a temprana hora en el Aeropuerto de Londres, esperando ansiosos la hora del vuelo que los llevaría directo a Delhi, India.
Su madre se había enfadado mucho con él, al grado de haberse marchado a un hotel la noche anterior para no verlo partir. Su padrastro no había vuelto aun y en la oficina parecían ya haberlo olvidado. Todo seguía a su ritmo normal. Hasta su madre empezaba a creer que no volvería a verlo.
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Una vez en la India, se trasladaron a Nepal y buscaron un alojamiento. Era temporada vacacional y todos los hospedajes estaban atiborrados de turistas, por lo que se dirigieron a las orillas, en la frontera con Gangtok. Al llegar ahí, una anciana los guió hasta una casa de huéspedes que se situaba a espaldas del templo hindú Ganesh Tok. El lugar era una casita antigua, pero bien decorada, propiedad del anciano Kalasanth, quien al verlos tan agotados les mostró sus habitaciones y les ofreció una taza de té tradicional hindú mientras charlaban.
Dos días después se encontraban camino de la cordillera del Himalaya. Kalasanth los acompañaba, pues como él mismo había dicho, había explorado lo suficiente los caminos en su juventud y era todo un experto, de hecho, cuando no atendía la casa de huéspedes, era guía para grupos de exploradores.
El anciano se separó del grupo una vez que hubieron llegado al camino más conveniente para iniciar el ascenso.
Jeremy se sentía agotado. Nunca había sido bueno para los deportes, defecto que lo acompañaba desde el jardín de niños. Recordó que una vez incluso se desmayó mientras practicaban fútbol en la escuela primaria y a partir de ese día evitaba cualquier tipo de actividad física extenuante. Este año se había preparado haciendo ejercicio seis meses antes, para acondicionarse físicamente y estar al nivel de los demás compañeros.
El primer día no lograron subir mucho, la mayoría se empezó a sentir mal por la altitud y decidieron descansar. Además no eran más que unos jovencillos excitados y rojizos. El profesor Henri Warburg había aceptado acompañarlos porque entre ellos iba su hijo menor, Nicholas.
Les daba palabras de aliento a "sus muchachos", como solía llamarlos, cuando alguno de ellos decía que no podía más y pedía volver a casa.
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Pasó el primer mes y el pequeño grupo ya se encontraba casi a mitad del trayecto.
Conforme ascendían, el entusiasmo los invadía y a pesar de que en algunas ocasiones las piernas les fallaban, se tomaban un pequeño descanso y seguían subiendo. Su objetivo era colocar la bandera del New London College en lo alto junto a sus nombres. Serían los primeros de esa escuela en hacerlo y eso los llenaba de ilusión.
A menudo, Jeremy solía pensar en su madre. También pensaba en su padre, del que ya no tenía recuerdos. Sólo se acordaba de ese hombre por las fotografías que su madre conservaba y que él en ocasiones veía.
También pensaba en su padrastro, del que no se sabía nada y por un momento temió que hubiera muerto. Su madre se deprimiría y se tiraría al alcohol como pasaba siempre que tenía algún problema o estaba preocupada.
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Llevaban 45 días ascendiendo, según sus cálculos, les restaban poco menos de dos semanas para alcanzar la anhelada cima. Cada vez era más difícil encontrar un buen sitio para descansar, hacía demasiado frío y el viento fuerte aumentaba la posibilidad de una tormenta de nieve. A pesar de eso, unos cientos de metros más arriba, un refugio entre unas rocas les pareció el sitio ideal para comer y descansar sus magullados cuerpos.
Poco antes del amanecer, recogieron sus cosas y continuaron la travesía.
Está por demás decir que entre más cerca estaban de la cima, también se acercaban al agotamiento extremo. Nadie les había dicho que era fácil hacer ese viaje, pero sus espíritus aventureros los habían traído hasta aquí y a menudo se recordaban que no debían cejar.
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Nueve días más tarde llegaron a la cima. Estaban exhaustos pero la alegría no cabía en sus jóvenes pechos. Lo habían logrado y estaban orgullosos.
Prendieron una pequeña fogata con muchas dificultades y celebraron con gin tonic. Se emborracharon de satisfacción.
El profesor Warburg era el más taciturno. No había dicho palabra desde que habían iniciado ese último día de ascenso. Era martes. Apenas se alegró cuando llegaron arriba y les ayudó a desenrollar y colocar la bandera que ya llevaba sus nombres bordados.
Cuando ya descendían, más rápidamente que al subir, Nicholas le preguntó a su padre la razón por la que se encontraba tan callado. Éste le respondió que estaba agotado y nada más, aunque Nick no le creyó y se lo comentó a Jeremy. Ambos acordaron que esperarían al amanecer, cuando ya hubieran desayunado todos y estuvieran de mejor humor.
Al día siguiente, cuando se disponían a partir, el profesor Warburg llamó a Jeremy a un sitio aparte para hablar con él. Lo miró fijamente a los ojos y le dijo que tenía que confesarle algo. Hacía una semana, cuando aun subían, se había apartado un poco porque observó "algo" que brillaba a unos metros de su camino; cuando se acercó notó que era una especie de maletín metálico y decidió cogerlo. Una vez en el refugio, intentó abrirlo pero tenía una clave; hizo uso de las herramientas que llevaban y logró ver lo que había dentro: eran documentos y fotografías a nombre de Robert Anderson, además de una copia de sus estados de cuenta bancarios y demás transacciones financieras.
Hizo memoria todos los días subsiguientes hasta que el martes que alcanzaron la cima logró recordar: era el nombre del padrastro de Jeremy, quien estaba desaparecido hacía unos meses.
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Estaban a pocos kilómetros de llegar a la civilización.
Una pierna vestida con traje azul marino sobresalía en el camino. Unas manos moradas confirmaron el brutal hallazgo: un cadáver reposaba entre la nieve. Se dispusieron a sacarlo y Jeremy comprobó, con ojos horrorizados, que se trataba de su padrastro, del que el profesor había encontrado un maletín mucho más arriba.
Examinaron el cuerpo y notaron que la pierna que vieron primero estaba separada del resto y tenía mordidas como de un animal carroñero.
Robert Anderson había sido mutilado y en su pecho, con su propia sangre, estaba escrita la leyenda: Think in your sins.
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