20.8.14
Hay polvo en la ventana
Abuelita, aquí todo sigue igual, las calles llenas de autos, las personas matándose unos a otros, el calor, la lluvia y el olor a tierra mojada, todo sigue igual.
Sólo ha cambiado tu casa, ahora ya no está limpia y resplandeciente, la maleza se ha apoderado del jardín trasero y los pájaros ya no cantan en el árbol de lima que hay en la entrada.
Las escaleras, opacas, extrañan tus pasos.
Las paredes, ennegrecidas, extrañan oír tu voz.
Las baldosas, mugrosas, extrañan el olor a pino cuando trapeabas.
Hay polvo en la ventana.
Lamento no haber estado a tu lado en tus últimos momentos. Aunque debido a tu enfermedad, probablemente ni te hayas acordado de mí. Yo, desde lejos, estaba pendiente de ti, diario pensaba en ti y en esa última vez que nos vimos, ¿te acuerdas? Conociste a mi hija y también a su papá, hasta hay una fotografía que tomé ese día. Te llevamos fruta y comida, y esa vez sólo querías comer papaya. Platicamos y nos reímos.
Recuerdo, con tristeza, cómo te tenían desatendida, apenas comías y en tu rostro se veía el pesar.
Tu habitación olía mal, igual que tu ropa, y tu casa estaba empezando a entristecer sin tus cuidados.
Ya no había rastro de tus flores, esas que tanto te gustaba cuidar y que eran de todos los colores, aromas y tipos, ¿te acuerdas?
Abajo, la cochera estaba atiborrada de cacharros y el polvo danzaba por todas partes.
Los cuadros que habías colgado en las paredes, lucían tristes y amarillentos, huella inevitable del tiempo y el descuido.
Lástima, abuelita, que ya no estés aquí, riendo, platicando e iluminando la casa, esa que ahora está apesadumbrada porque siente el vacío que dejó tu partida.
Hubiéramos podido vernos y platicar, comer juntos ahí en tu casa y luego, al anochecer, despedirnos con la promesa de volver a vernos.
Pero decidiste irte antes, partir cuando todavía hacías falta en este mundo.
Decidiste dejar de sufrir y dejarnos con los ojos llorosos.
Todos tus hijos llevan por rostro una ligera capa de desconsuelo, que se ha ido desvaneciendo con el pasar del tiempo, pues han tenido que aprender (a regañadientes) el arte de dejar de sentir dolor.
Te extraña tu gente.
Te extraña tu casa.
Hay polvo en la ventana.
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