A veces uno sólo quiere decir
-en lugar de ese infeliz ‘Hola’-:
“Hola, ¿sabes? Me gustas mucho y
quisiera invitarte a tomar un café,
charlar un poco… y después Dios dirá”,
y recibir algo así como respuesta
-en lugar de ese infeliz ‘Hola’-:
“¡Hola! Qué coincidencia,
estaba pensando en ti,
¿cuándo vamos?”,
enviar un WhatsApp y recibir
una respuesta contenta.
Pero a veces uno quiere demasiado,
quiere demasiado, pide –quizá- demasiado.
A veces uno sólo quiere decir,
ebrio de locura y con los nervios anudados:
“Hola, ¿cómo estás? ¿Qué haces los domingos?
¿Te gustaría salir conmigo y enamorarnos bajo la lluvia?”,
pero borras la mitad y vuelves a empezar:
“Hola, ¿cómo estás? ¿Los domingos trabajas?”
No, no.
“Hola, ¿cómo estás? ¿Qué haces en tus ratos libres?”
Tampoco.
“Hola, ¿cómo estás?”.
Enviado.
Espera infinita.
[Insatisfacción.
Cobardía.
Nervios.
Arrepentimiento.
Invocación a las fuerzas supremas para que te trague la
tierra.
Segundos.
Minutos.
Horas.
Al fin: “Hola”…
Nueva invocación a las fuerzas supremas.]
A veces uno sólo quiere decir
lo que no se atreve, y,
finalmente, no se atrevió.
A veces uno sólo quiere decir
“¡Me gustas, carajo! No entiendo
por qué, ni cómo pasó, pero me gustas,
y me caigo mal por eso, pero es así,
y tampoco sé cómo decírtelo,
por eso te escribí ‘Hola, ¿cómo estás?’,
sin saber qué más decir,
sin encontrar las palabras precisas,
pero ahora que ya lo sabes,
podrías darme un beso
o podríamos abrazarnos,
o podríamos solo charlar, no sé,
pero yo sólo quería hacerte saber
lo mucho que me gustas”.
A veces uno quiere decir eso,
pero las palabras se atoran
y termina diciendo nada,
y la lluvia se va,
riendo a carcajadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario