29.9.14

Sueños aparte

Cuando te vi abrazándolas a ellas sentí una punzada en el pecho.
Ciertamente no fueron celos, porque a estas alturas ya no sé ni lo que son, sentí envidia.
Me acordé, inevitablemente, de aquellos largos abrazos que me regalabas cuando tu plan era conquistarme, cuando te volviste amigo del florista para regalarme ramos de alegres girasoles amarillos, cuando todavía sonreías al estar a mi lado y te desvelabas mientras componías sonetos y canciones para mí.
No sé por qué –siempre me pasa-, todas las veces que me pongo triste termino recordando esa vez en que no reímos como niños por alguna tarugada y, agotados, caímos dormidos.
Te digo que sentí envidia, envidia de que otras sientan tus abrazos, envidia de que otras vea tu sonrisa, envidia de que otras lean tus palabras, envidia de que otras sean dueñas de tus pensamientos.
Ayer, mientras pensaba en esto, me sentí tan sola que me puse a llorar.
Lloré tan bajito que ni siquiera te diste cuenta, me acerqué a ti solo para comprobar
que tu almohada estaba llena de sueños aparte,

sueños sin mí.

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